Microrrelatos - Pino

Descripción

Las seis de la mañana. Suena el despertador y Pino saca lentamente su brazo de dentro de las cálidas sábanas, para apagar al maldito aparato electrónico, que no tiene compasión. Cinco minutos más tarde, el aparato vuelve a sonar y Pino, resignada, vuelve a apagarlo. Pero esta vez, perezosa y con los ojos medio cerrados, se levanta de la cama. Arrastrando los pies, se dirige al baño, donde enciende una luz que la molesta demasiado. Abre el agua de la ducha, y escucha el murmullo atronador de los millones de pequeñas gotas que impactan en el suelo. Aún medio dormida, se mete debajo del agua, y se despierta del todo, arropada por el cálido líquido transparente. Sale de la ducha y, envuelta en una toalla, se acerca al gran espejo que domina la pared principal del baño. Observa su cara. Suavemente, con las yemas de los dedos, se toca unas pequeñas arrugas cerca de los ojos, y va deslizando su mano hasta llegar al cuello, al que le falta un poco de firmeza. Sonríe a su imagen. Y busca con la mirada la crema hidratante. Abre la tapa y huele el perfume fresco y seco, sutil y embriagador. Sus dedos índice y corazón se impregnan de aquella masa sedosa, que Pino se esparce delicadamente por la cara y el cuello, con lentos movimientos circulares. Le encanta este momento del día. Los minutos de silencio, donde se permite mimarse, donde existe ella y sólo ella, donde el mundo aún duerme y ella toma conciencia de su cuerpo y de su ser. Diez minutos más tarde, sale del baño y empieza el ajetreo típico que dirige su vida. Se viste con ropa cómoda y coge la maleta pequeña, que llena con un par de pantalones, tres camisetas, una camisa, y un vestido holgado y cómodo. Después de poner dentro de la maleta todos los complementos indispensables, además de cuatro pares de zapatos y dos zapatillas, Pino la cierra, no sin dificultad. Baja las escaleras y, en la cocina, se prepara un desayuno frugal, que riega con una buena taza de café muy cargado. Mira el reloj colgado en la pared. ¡Es tardísimo! Aumentando la velocidad de sus movimientos, recoge la maleta, se pone la chaqueta, el sombrero y las gafas de sol, y sale hacia el exterior, donde un sol aterrador le da la bienvenida en forma de calor. Camina por las calles de un Madrid conocido, adorado, amado. De unos espacios que la acogieron durante la movida madrileña, y que le susurran al oído pequeños secretos inconfesables. Llega a Atocha, pero no tiene tiempo de admirar aquel jardín gigante que vive encapsulado, testigo de las prisas humanas. Y se dirige hacia la vía indicada en aquel billete de tren que tiene entre las manos. Con una sonrisa, una muchacha se lo valida y Pino entra en su compartimento, donde se deja caer en el asiento designado. Dos horas y media más tarde, después del transbordo, Pino se sienta en otro asiento cómodo, esperando pacientemente a que este otro tren empiece su trayecto. Cuando un pitido estridente marca el inicio, Pino cierra los ojos, sin querer, y se deja mecer por los vaivenes de aquel aparato enorme, que atraviesa ciudades y campos a gran velocidad. Sin darse cuenta, se queda dormida. 

Y sueña que es una pasajera del Valbanera, el barco que, a principios del siglo XIX surcaba el Atlántico, desde Barcelona hasta las Antillas, con escala en las Islas canarias. En su sueño, Pino sabe que, después de un mes de trayecto, marcado por la tranquilidad, el barco zarpa de Santiago de Cuba con destino a la Habana, conociéndose la inminencia de un huracán. Pero ella, al igual que su padre meses antes, es feliz a bordo de este navío que la trasladará a su nueva vida, a un nuevo comienzo, a un destino por descubrir. En su sueño, Pino piensa que se reencontrará con su padre, y que lo abrazará, y que le dirá que está preparada para ésta y para muchas aventuras más. Pero no sabe que el barco con el que sueña está realizando el último trayecto de su vida. El buque no puede esquivar la tormenta, y naufraga, llevándose consigo las vidas de muchos pasajeros. Y la Pino de dentro del sueño grita, y corre, y alza las manos para impedir que el agua se la lleve junto con los otros pasajeros. Y, por un instante, tiene miedo, y sabe que no podrá abrazar a su padre, y que no podrá pasar las aventuras prometidas, puesto que el agua es más fuerte que ella, y ésta ha decidido que era el momento de hacer zozobrar esta embarcación que se creía más lista que el mar.

Un pitido la despierta de sopetón, y Pino abre los ojos para comprobar, aliviada, que no es una de las 488 personas que perdieron la vida en el último trayecto del Valbanera, y de quienes jamás se encontraron los cuerpos. Comprueba, contenta, que está llegando a la Gare de Lyon, y que su trayecto ha sido mucho menos accidentado y peligroso que el que ha vivido de forma onírica. Se deja impregnar por las imágenes de la estación, que cada vez son más lentas, más reales, más consistentes. Cuando la gran máquina finaliza su trayecto, Pino se pone en pie, recoge sus cosas, y sale del vagón. Echa un vistazo a derecha e izquierda, para comprobar que una chica de cuello esbelto y cintura de avispa la está esperando, impaciente, con un cartel dónde está escrito su nombre. Pino, lentamente, se acerca a ella, y la muchacha, con una sonrisa acelerada, le indica que es tarde y que deben irse.

Allons-y! Il est trop tard! 

Vocifera la chica, con voz de terciopelo.

Sin rechistar, Pino la sigue a paso seguro, esquivando a la multitud, y cogen el primer taxi que encuentran a la salida.

En el coche, Pino recibe la llamada de su representante.

Supongo que ya estás en París. No entiendo porqué esta vez no has podido coger un avión, como siempre. En tren es muy justo, y el desfile es dentro de dos horas.

La regaña Eire, con voz de enfado.

Me apetecía esta vez tomar el tren. Tranquila, que llego a tiempo.

Contesta Pino.

No tiene ganas de discutir con Eire más de lo necesario. Tampoco entendería el porqué esta vez ha querido viajar en tren. Pino busca dentro de su bolso el billete que ha usado para llegar a París. Sabe que quiere coger tantos trenes como le sean posibles. Y sonríe.

Veinte minutos más tarde, la muchacha que la acompaña le abre la puerta, y las dos caminan a paso rápido hasta los camerinos. Pino se deja llevar por la vorágine de los preparativos del desfile inminente, y permite que la maquilladora, la peluquera y la modista la preparen para el desfile de moda. A la hora señalada, Pino, impresionantemente bella, hace su aparición en la pasarela como la estrella que es, como la modelo de más edad de todas las que desfilan hoy. Como la mujer más segura que pisa la alfombra, con paso seguro y firme, y la mirada risueña, que deslumbra por doquier tanto a los espectadores como a los flashes, que no paran de buscarla.