Grita Eric, extendiendo los pequeños bracitos en dirección a Florencia, quien acaba de entrar en el inmenso piso.
Todavía es de noche, aunque en el horizonte, entre las nubes grises, empiezan a despuntar los primeros rayos de un nuevo día. Llueve muchísimo, y Florencia se quita la chaqueta empapada, que deja en el suelo de la entrada, mientras, descalza, se dirige hacia la cocina y coge un trapo que se pasa decididamente por el pelo, con el fin de no dejar el piso cubierto de las gotas que ella trae consigo del exterior.
Eric persigue a Florencia con los brazos extendidos, embelesado por una mujer mayor, de cabellos blancos, que camina por todos los rincones del piso, arrastrando los pies por el suelo, pesadamente. De la habitación de matrimonio sale Susan, vestida con su traje chaqueta de color rosa pálido, y colocándose un pendiente en la oreja.
¡Buenos días, Florencia! Eric hoy se ha despertado muy temprano y ya no quiere dormir. No le he dado el desayuno, no tengo tiempo, tengo que salir corriendo. Prepara alguna cosa para comer. Tendrías que ir a la tintorería a buscar las camisas de Marco, y hoy que no se te olvide de cambiar el agua al pececito, que está otra vez muy sucia.
Florencia va asintiendo a todas las órdenes de Susan, sin decir nada y con la cabeza baja.
– No sé a qué hora llegaré, hoy. Dale un beso de buenas noches a Eric de mi parte, si no estoy aquí para la hora del cuento antes de ir a dormir.
Susan se pone la chaqueta color camel que le llega por debajo de la rodilla, y que permite la visión de unos espléndidos zapatos de marca, de piel de cocodrilo. Coge el bolso, las llaves que hay en el mueble de la entrada, y sale con prisas, tirando un beso a su hijo desde la puerta.
Eric continúa mirando a Florencia, quien, mientras escuchaba las órdenes aceleradas de Susan, iba lavando los platos y los vasos que habían encima de la mesa de la cocina. Cuando ya está todo limpio, recoge los juguetes que están esparcidos por el suelo, aunque se agacha con dificultades. Aún le duelen los moratones que tiene en las caderas, producto de la paliza de su marido de hace dos días, sin que ella sepa el motivo. Le parece recordar que él llegó bebido a casa como siempre, y el arroz que ella le sirvió en el plato estaba demasiado caliente. Los próximos días intentará darle la comida a una temperatura más correcta.
Después de limpiar la cocina y de recoger todos los juguetes esparcidos por el piso, Florencia coge a Eric entre sus brazos, y el pequeño le muestra una sonrisa deliciosa. Con el niño en brazos, abre la nevera y saca una zanahoria, una patata, un puñado de judías y un trozo de pechuga de pollo. Pone todos los alimentos en la olla llena de agua y espera pacientemente que hierva todo junto unos veinte minutos. Después, Florencia prepara un puré y espera un tiempo prudencial para que la temperatura sea la correcta y Eric pueda comérselo.
Mientras Florencia plancha la ropa, Eric juega justo debajo la plancha con varios juguetes, a los que dedica poca atención.
– ¡Cama!
Le grita a Florencia, otra vez con las manos extendidas. Florencia deja la ropa y coge a Eric en brazos de nuevo. Lo mece y le canta una canción de sus tierras, de las que recuerda de cuando era pequeña y saltaba alegremente por unos bosques que hoy esconden asesinatos múltiples y miedos infinitos. Y Eric sonríe y escucha a Florencia, mientras juega con unos rizos blancos y desnutridos. Cuando el niño se duerme, Florencia lo lleva a su gran habitación y lo deja delicadamente dentro de su cama de barrotes de madera clara y pulida. Florencia observa todos los juguetes de la habitación. Muñecos de felpa que llenan las estanterías y gran parte del suelo; rompecabezas gigantes de plástico multicolor; alfombras de diferentes animales; móviles que emiten música y luz tenue; cajas con orificios de sencillas formas geométricas. La gran sala está repleta de todos los objetos que el dinero puede comprar. Florencia coloca los animales de felpa en su sitio específico en las estanterías, y ordena el resto de juguetes. Contempla a Eric, que duerme plácidamente. Sale de la habitación y acaba de planchar. Limpia la cocina y se pone a cocinar la cena para Eric, y también la de sus padres, dos ejecutivos atareados y pegados permanentemente a sus móviles. Al poco, Florencia escucha el llanto de Eric y se dirige a la habitación. Eric la recibe levantando los brazos y Florencia lo coge con ternura. Pasan el día juntos en la cocina, mientras ella corta verduras, las cuece y lava todos los utensilios, y él persigue juguetes al borde de los pies de su mucama.
Por la noche, llega la madre de Eric, cansada.
– Gracias, Florencia, ya puedes irte.
Y Florencia, silenciosa, se va sin besar a Eric, para evitar unos celos ilógicos de la madre. Florencia se dirige a la parada de autobús que queda a diez minutos a pie de la casa donde trabaja. El trayecto en autobús dura cuarenta minutos. Baja y se dirige hacia el metro. Viajará una hora y media por los entramados subterráneos de la gran ciudad, hasta llegar a la salida que la dejará a veinte minutos a pie de su casa. Cuando abre la puerta con las llaves, todo está silencioso. Se dirige a la habitación donde duermen sus hijos. Procurando no hacer ruido los observa tiernamente, sin entender cómo es que ya son dos adolescentes. Cansada, pero tranquila, se dirige hacia su habitación, donde su marido ronca ruidosamente. Florencia se le acerca lentamente y le huele el aliento. La cantidad de alcohol de hoy no parece que sobrepase los límites de peligrosidad, tal vez hoy no se despertará sorprendido y la pegará porque lo ha despertado.
Florencia se desnuda, se pone la camisa de dormir y se arrodilla para orar.
– Gracias, Dios mío, hoy ha sido un buen día.