Greta está sentada en el sofá, al lado de su marido. Ambos miran un programa de televisión con poco interés. Sin previo aviso, el marido de Greta la besa en la mejilla. Ella lo mira tiernamente. Álvaro es guapo. Muy guapo. Y joven. Muy joven. Es su cuarto marido. Y veinte años más joven que ella.
Álvaro está enamorado de su mujer desde el primer momento en que la vio, haciendo cola delante de él en el supermercado. Aún no sabe de dónde cogió el valor para hablar con ella. Y quedó prendado de su desenvoltura, de sus ganas de reír, de vivir, de disfrutar de cualquier detalle que la vida le ofreciera. A Greta le encantó la timidez del muchacho, pero a la vez el desparpajo de hombre experimentado que pretendía mostrar durante su primera cita.
El primer viaje juntos fue en coche a los Berkshires. Álvaro conducía y Greta sacaba las manos y la cabeza por la ventana del acompañante, dejándose envolver por el aire puro, limpio y sano de un paisaje repleto de verdes y azules. A Álvaro le costaba mantener la vista en la carretera. Quería observar a aquella mujer fuerte, segura, guapa y divertida que lo acompañaba, que quería pasar el rato con él.
– ¿Quieres casarte conmigo?
Tartamudeó Álvaro, un mes después, seguro de la propuesta, pero sin estar del todo seguro de la decisión de la diosa que tenía a su lado.
Se casaron. Asistieron a la boda los hijos de Greta. Los cuatro. Y los nietos. Los ocho. Y la madre de Greta que, a regañadientes, se desplazó hasta Massachusetts para la ocasión.
– ¿Por qué tengo que venir?
Preguntó la mujer cuando, por teléfono, su hija le comunicó sus planes.
– Porqué quiero que conozcas a mi marido.
– ¡A tu cuarto marido!
– ¡Si, mamá, a mi marido!
Las dos zanjaron el tema y la madre de Greta asistió a una boda por todo lo alto, con la que disfrutó más de lo que nunca aceptará contar.
Greta coge el móvil y le dice a él que se acerque. Se hacen una selfie. Ella la cuelga a continuación en Instagram.
“Con mi amor”
Escribe, debajo de la foto.
A los pocos minutos, recibe los like de su familia y de sus amigos: el de su hijo de cuarenta años que se ha quedado a vivir en Puerto Rico; el de sus nietos que ya van al college en el estado de Michigan; el de su hija que vive, como ella, en Massachusetts, pero en pueblos alejados más de media hora en coche; el de sus compañeras de trabajo, que además añaden al mensaje frases tildándolos de pareja de guapos; el de su amiga peluquera, que le hace recordar que tiene que pedir hora sin falta esta semana para teñirse las raíces.
Greta sonríe ante estas muestras de afecto, y contesta con más likes y abrazos electrónicos.
Sigue mirando la televisión, con una sonrisa en los labios. Piensa en su madre, a quien pronto deberá traer desde Puerto Rico. Con ochenta y cinco años y viviendo sola, la pobre mujer necesita cada vez más ayuda en todos los aspectos. Los últimos huracanes malditos han hecho que Greta le exija ir a vivir con ella a los Estados Unidos. Su madre se ha negado en redondo, hasta la fecha, pero Greta sabe que no puede tardar en ceder. Necesita unas cuantas semanas más para acabar de convencerla.
Hora de dormir. Greta y Álvaro se levantan del sofá, apagan la televisión y se acuestan.
Buenas noches, amores míos, tanto los de Puerto Rico como los de Estados Unidos. Os llevo en el corazón … y en el teléfono.