Helen está esperando a Mark. Hace diez minutos que ha hablado con él por teléfono, y éste le ha dicho que antes de media hora ya estará en casa.
Observa por la ventana como las olas, enfadadas, van a morir al espigón. La noche cae indolente encima del mar, y éste, resignado, se deja amansar por una oscuridad que, aunque no le es extraña, sí que venera con un poco de miedo.
Helen está preocupada, y la visión de las olas queda lejos de tranquilizarla. Cada día, Mark tiene dos horas de trayecto cada día para llegar hasta su trabajo, cerca de Boston. Ella sabe que la decisión de vivir en su casa la tomaron ambos. Una casa cerca del mar, en un pequeño pueblecito en el Cabo de Ann, con vistas espléndidas del mar, del cielo, y de la vegetación que los rodea, sin pagar los precios astronómicos que se pagan en los alrededores de la gran ciudad. La parte negativa, pero, es el trayecto que tiene Mark para ir y volver de su trabajo, situado más de media hora al oeste de Boston. Por eso Helen no puede evitar preocuparse, sobre todo durante los meses de invierno, cuando la oscuridad y las tormentas de nieve imperan demasiado en este territorio.
Ya tiene la mesa puesta. Una botella de Merlot, esta vez de Argentina. ¡En la tienda le han asegurado que estaba riquísimo! Cerca de la botella, dos copas, una vela que acaba de encender, y dos platos. Tiene la comida calentándose dentro de la olla y cuando llegue Mark la servirá. Y comerán, se mirarán, hablarán y reirán, mientras saborean una copa de vino. Es feliz junto a Mark. Conviven desde hace más de dos años. Los dos están divorciados, con hijos adultos, que hace ya tiempo que han abandonado el nido. Ni el primer matrimonio de Helen ni el primer matrimonio de Mark llegaron a funcionar. Y por características muy similares: una monotonía constante, la organización de la vida alrededor de los hijos y del trabajo, gritos con demasiada frecuencia, frialdad constante. Finalmente, ni la esposa ni el esposo sentían la necesidad de seguir llamándose pareja. Ni de seguir siéndolo. Llantos, tristeza.
Aceptación.
Helen y Mark se conocieron en una sala de baile country, y desde ese día no se han separado. Ahora quieren vivir la vida lo mejor que puedan. Intentando no volver a cometer los mismos errores que cometieron en su juventud. Los fines de semana salen a menudo a cenar fuera, y normalmente acaban en algún salón para bailar country.
Cada tres meses, se van a las Vegas para pasar unas cortas pero fructíferas vacaciones.
Ríen.
Y hablan mucho.
Se miman, se aman, y se necesitan.
Helen sonríe. La visión de las olas ha quedado en segundo plano. La visión de su nueva vida junto a Mark, cuando ambos ya sobrepasan los sesenta años, le devuelve la sonrisa.
Ruido de llaves. Mark ya está en casa.
Helen abre el vino y lo espera con una sonrisa.
Esta vez, esta segunda oportunidad, quiere hacerlo bien.