Un consorcio de instituciones del conocimiento, liderado por el Instituto Max Planck, se ha atrevido a afirmar que las niñas que nacieron a partir de 2007 en el Reino Unido y Francia tendrán un cincuenta por ciento de probabilidades de superar los cien años. Es uno de los varios equipos investigadores que han llegado a la conclusión de que uno de cada dos niños europeos, alcanzarán los cien años.
Existen suficientes evidencias científicas como para apalancarse en ellas y por tanto construir una rudimentaria calculadora de la vida. Introduciendo algunos sencillos datos, el aparato sería capaz de predecir cuántos años vivirás. En Madrid un equipo multidisciplinar de sanitarios y actuarios están diseñando un algoritmo con los datos acumulados del estudio de miles de expedientes médicos. Estos científicos han usado las curvas de supervivencia y fragilidad calibradas con modelos phase-type distribution, combinadas con variables médicas, asistenciales, socioeconómicas, laborales, psicológicas y antropológicas. De modo y manera que, con solo incluir una serie de hábitos para cada persona, infieren la probabilidad de que se llegue a centenario.
Aunque no tenga el valor científico del trabajo que acabo de mencionar, podemos construir ahora mismo nuestra propia calculadora vital, simplemente con un ánimo divulgativo. Todos empezaríamos en este experimento con una vida estimada de 82 años, solamente por el hecho de vivir en España. Qué buena noticia puesto que es la esperanza de vida más alta del mundo junto a la de Japón. Pero si metemos en la calculadora nuestro género, comienzan las sorpresas. Si eres hombre vivirás hasta los 81 pero si eres mujer hasta los 87 años. O si resido en Baleares alcanzaré los 83 frente a los 81 de Castilla La Mancha (datos del INE). Hasta ahora todo ha venido dado, lugar de residencia y sexo. Pero considerando una hipotética persona de 50 años que se cuida, hace ejercicio, no tiene estrés y no sufre de soledad, veamos cómo puede cambiar la duración de la vida, al adaptarlo a las circunstancias de cada uno.
Si metemos en la calculadora el dato de alimentación, por ejemplo, “como habitualmente con moderación sin saciarme” las probabilidades de llegar a ser centenario son de un 70%. Pero si en la calculadora tecleo que tengo un trabajo de alta demanda que me genera mucho estrés, la probabilidad de llegar a los cien años se quedará en un 40%. Avanzamos en nuestro experimento toca responder a la pregunta del ejercicio físico diciendo que hago vida sedentaria. La calculadora te diría que ya tienes únicamente un 8% de probabilidades de superar la centena. Ahora la pregunta es sobre si soy hipertenso y respondo que me cuesta controlar mi tensión porque no me medico para ello, la máquina nos diría que tengo alta probabilidad de ni siquiera alcanzar la edad media de mi país (83 años). Malas noticias, ya no tengo al alcance ser centenario, sino que puedo morir antes que la media. Toca enfrentarse a la cuestión de la soledad y en el caso de señalar la respuesta “debo mejorar mi vida social”, el resultado sobreimpresionado en la pantalla es que con una probabilidad cercana al cien por cien moriré antes que la mayoría de los españoles.
Además de agradecer al equipo del profesor de la Universidad Carlos III -el actuario Miguel Usabel- que me haya cedido algunos datos para poder elaborar el párrafo anterior, conviene resaltar algunas conclusiones. Es numerosa la literatura científica que demuestra el impacto de las decisiones que tomamos en la vida sobre la duración de esta. Por ejemplo, vivir en un lugar con contaminación acorta la existencia, pero hacer ejercicio moderado diariamente la alarga. La soledad -con la edad- genera un gran impacto en el acortamiento de la vida, pero también, conforme a las investigaciones del doctor José Antonio Corbalán, la práctica del ejercicio extremo o de alta competición. Tener un empleo rodeado de incertidumbre penaliza en tu esperanza de vida al igual que llegar a los cincuenta años con un trabajo precario. Vacunarse contra la gripe y vigilarse la diabetes alargan los años de vida frente a los que no lo hacen.
Los economistas estudiamos la teoría de la elección racional de las personas que ha desbordado nuestra disciplina para llegar a otras. Qué positivas consecuencias tendría también, visto lo visto, para la vida de las personas y para la salud financiera de nuestras instituciones, si elegimos adecuadamente a lo largo de nuestra existencia. No parece complejo optar por la vida saludable en un sentido amplio conociendo sus consecuencias. Estamos a tiempo.
Iñaki Ortega Cachón
Doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).