La palabra empoderamiento existe en castellano como un calco del inglés empowerment. “Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido” reza el diccionario. Aunque su significado es unívoco se ha usado indistintamente por los movimientos de derechos civiles, por los manuales de gestión empresarial y hasta por los organismos internacionales. En el siglo pasado el término adquirió relevancia con el feminismo que lo usó para referirse a la necesidad de que las mujeres reforzaran sus capacidades y protagonismo para vencer las desventajas estructurales. Pronto migró a la economía y así explicar “una herramienta que consiste en delegar, otorgar o transmitir poder, autoridad, autonomía y responsabilidad a los trabajadores o equipos de trabajo de una empresa para que puedan tomar decisiones, resolver problemas o ejecutar tareas sin necesidad de consultar u obtener la aprobación de sus superiores”. Hasta la ONU comenzó a hablar de empoderar como “un proceso de reducción de la vulnerabilidad y de incremento de las propias capacidades de países pobres y marginados para promover entre ellos un desarrollo humano y sostenible”. En nuestros días de nuevo la palabra se ha convertido en un fetiche, esta vez, para los que protestaban en París con chalecos amarillos.
Empoderarse para acabar con situaciones no deseadas. Unas veces la discriminación racial, otras la pobreza y siempre la desigualdad. Por eso, ahora que la pandemia ha demostrado que no ha habido un grupo etario que haya sufrido tanto como los que superan los 60 años, ha llegado el momento de empoderar a los mayores.
Un reciente informe promovido por el investigador del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) Marco Stampini ha recomendado para luchar con esta discriminación una serie de medidas entre las que se incluye “mejorar los ambientes urbanos, la accesibilidad, la movilidad y la vivienda para aumentar la autonomía de las personas mayores”. Este consejo apunta a fomentar la “amigabilidad” en los territorios para integrar a las personas mayores en la vida social y comunitaria. El movimiento Age Friendly Cities and Communities, promovido desde la Organización Mundial de la Salud (OMS), que actualmente aglutina a más de mil ciudades de todo el mundo, es una excelente herramienta de cohesión social en relación con la edad y también a las situaciones de dependencia. Por desgracia este enfoque ha sido obviado en los clásicos mensajes del envejecimiento saludable, donde solo la alimentación y el ejercicio físico parecía que importaban. Empoderar a los mayores es reconocerles igualdad de responsabilidades y derechos a la participación en la vida social, política y comunitaria. Las ciudades “amigables” (o simplemente “útiles”, como cataloga el profesor Benigno Lacort) con las personas mayores son aquellas que no buscan un miope envejecimiento activo sino una promoción de ciudadanía activa, entendida como un eclecticismo de actividades participativas que incluye la participación política y la acción comunitaria y voluntaria. De modo y manera que los mayores empoderados asumen compromisos, pero también toman decisiones sobre su vida. Elegirán dónde vivir, en qué ciudad, pero también de qué modo, en su casa o en otro lugar. Apostarán por las instituciones, empresas o administraciones, que tengan en cuenta sus necesidades y repudiarán a las que siguen ancladas en la discriminación por la edad.
Este fenómeno tiene diversas administraciones públicas que han comenzado a darle respuesta. Desde el Centro de Investigación Ageingnomics con la ayuda de Deusto Business School se han seleccionado tres instituciones españolas que pueden servir de ejemplo por sus políticas con las personas mayores frente al edadismo pandémico. La ciudad de Zaragoza, la Junta de Castilla y León y el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. En un seminario celebrado en la sede la Fundación MAPFRE el día 24 de marzo se conocieron las estrategias de estas tres administraciones de la mano de sus máximos responsables.
España está en disposición de liderar una estrategia mundial para que el alargamiento de la vida suponga una oportunidad económica a través de nuevos productos y servicios para los mayores. Tenemos la mayor esperanza de vida del mundo junto a Japón; una cultura de apertura gracias al turismo y un espíritu emprendedor que hemos demostrado a lo largo de nuestra historia. Solo nos falta acabar con la discriminación absurda de la vejez de la mano de territorios y empresas que sepan ver el empoderamiento de los mayores.
Puede ver el contenido completo de la edición del ciclo ageingnomics dedicado a los territorios amigables con los mayores.
Para ver el informe completo del BID “Fragilidad de las instituciones de cuidado a la vejez ante el Covid19”
Iñaki Ortega Cachón
Doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).