Por eso, el aumento de la esperanza de vida es, además de una buena noticia, señal de que nuestras generaciones están cada vez más sanas, viven mejor y disfrutan de una vida más larga en condiciones plenas. Una oportunidad para empezar el camino de transición hacia una cultura empresarial consciente, que valora la importancia de retener el talento sénior y el riesgo que supone desaprovecharlo.
La experiencia es el valor más preciado
Una vez más, surge la urgencia de fomentar la experiencia como una valía clave para afrontar los retos del trabajo. Contar con perfiles sénior es aportar ese valor añadido tan necesario en el mercado laboral actual.
Los profesionales de más edad cuentan con la seguridad que ofrece la madurez y la certeza que dan las experiencias, tienen una visión más global de los mercados en los que trabajan, competencias más amplias y una capacidad mucho mayor de resolución de problemas. Representan el compromiso y resultan fundamentales para la formación de los nuevos trabajadores, más jóvenes, aumentando sus posibilidades de empleabilidad.
En este sentido, las empresas tienen ahora la responsabilidad de crear entornos de trabajo inclusivos, en los que todos sus empleados se sientan igual de favorecidos, para que tanto los jóvenes como los sénior puedan ofrecer lo mejor de sí mismos en cualquier etapa de su vida laboral. Consiguiendo así que, cada vez más, sintamos que la edad no es más que otra cualidad positiva que tiene un trabajador: experiencia y valía que elevan el prestigio de las empresas.
Para ello, las organizaciones pueden implantar algunas buenas prácticas para la gestión del talento sénior como el desarrollo de formaciones en digitalización, medidas de apoyo en la transición a la jubilación y la desvinculación progresiva, con puestos y horarios más flexibles, o la previsión social y sensibilización del propio envejecimiento.
El talento nunca envejece
Tomando como referencia esta cultura de integración en la que diversas generaciones conviven, es relevante destacar, aunque parezca obvio, que el talento no desaparece, permanece independientemente de la edad. Son nuestras capacidades cognitivas, psicomotrices y afectivas las que determinan qué somos capaces de hacer y hasta dónde podemos llegar. Nadie debería determinar cuándo una persona ha alcanzado el final de su vida laboral. Sin embargo, y a pesar de que las empresas han empezado a poner en marcha ciertas prácticas que empoderan a los sénior y mejoran la gestión del talento humano, poco se ha avanzado en términos de concienciación social.
Es vital empezar a tomar medidas que impulsen el talento sénior y promuevan una jubilación activa, en la que trabajo y pensión sean compatibles, así como garantizar, siempre, que aquellos que quieran seguir trabajando después de la edad legalmente preestablecida puedan hacerlo.
El futuro todavía no está escrito, pero apostar por el talento y la experiencia sénior es apostar por la evolución de nuestro sistema laboral. Desde el Centro de investigación Ageingnomics de Fundación MAPFRE seguimos trabajando día a día para fomentar su completa inclusividad. ¿Nos acompañas?